por Carlos Loureda
Segundo día y segundo premio que se impone en el palmarés de este festivalazo que, crucemos los dedos, si mantiene este mismo nivel hasta el final, se convertirá en una de las ediciones más interesantes de los últimos años. Pero tampoco lancemos campanas al aire porque quedan aún 8 días. Ayer, la sección oficial ofreció una lección de cómo tratar a los personajes en la ficción. Curiosa la manera en que Mariana Rondón y Roger Michell utilizan y pintan a sus protagonistas. La primera llegó, se peinó y venció. No le hizo falta nada más dado que en cada plano de Pelo malo hay, como mínimo, una idea y en cada escena, tres sentimientos. A partir de un argumento duro se impone la generosidad de la cámara, la destreza de la puesta en escena y un inmenso amor por los componentes de esta familia en busca de su identidad.
Con El week-end de Roger Michell, sin embargo, ocurre lo contrario, aún con unos ingredientes, en principio, fascinantes : guionista de lujo, uno de los mejores escritores en inglés, Hanif Kureishi, maestría y dominio de la cámara, género "Woody Allen hace su última película en Europa (hasta le han ofrecido Estocolmo) y situación prometedora, para celebrar su 30 aniversario de bodas una pareja de ingleses de provincia regresan a París. Sin embargo, el resultado de este week-end, pese a su excelente humor británico y unos magníficos actores, es una retahíla de tópicos y lugares comunes, una docena de frases ingeniosas, unas situaciones inverosímiles estiradas al máximo y un recreación del estilo de la nouvelle vague francesa, bajo un formato telefilm.
Pelo malo, si el jurado es justo y no aparacen mejores candidatos en los próximos días, se llevará un premio o más de la capital donostiarra. El joven Junior juega con su amiga al veo-veo, enfrente de la infinidad de objetos y personas que presenta una barriada popular de Caracas. Su ambición: lograr que su madre le pague la foto de la vuelta al cole, disfrazado de cantante con el pelo liso y no, como es costumbre, de militar con su cabello rizado.
De esta historia tan sencilla, en apariencia, la cineasta extrae toda una radiografía de la sociedad venezolana y la construcción de la identidad (también por parte de la madre, intentando recuperar un trabajo "tradicionalmente" masculino), con sus múltiples variantes: el rol familiar del padre o el machismo, la gordura... (tema central también de Paraíso, presentada en Nuev@s Director@s -¿inclusión por ser Diego Luna uno de sus productores y miembros de uno de los jurados del festival?- que, como máximo, debería estar en Culinary Zinema).
Por si fuera poco, volviendo a la película estrella del día, Mariana Rondón se ve arropada por la sublime actriz, Samantha Castillo, pletórica en su papel de madre-padre castradora. Sin duda, una interpretación que se añade a los momentos más fuertes del festival. Este año parece que la maternidad es devoradora (¿al final se llevará la araña de Enemy la Concha a la mejor actriz?).Las maternidades complicadas no han dejado de aparecer en pantalla en el segundo día. Lucía Puenzo en Horizontes Latinos presentaba la inquietante Wakolda, la muñeca de porcelana y corazón de metal, recreando a la perfección un ambiente de suspense sobre el periplo de un médico muy especial, en el fondo de la Patagonia, y que casi podría verse como preámbulo a la extraordinaria Hannah Arendt. Y, por último, las de Zugarramurdi, que brujas serán, pero muchas de ellas, también madres.